Pienso
en Boecio, designado como último romano y
ejecutado por orden del bárbaro, y analfabeto, Teodorico, al que sirvió
previamente, tal vez rumiando que se puede vencer, a base de sabiduría, a quien
posee las riendas del poder. El mundo romano y, por añadidura, el orbe clásico
grecolatino, se derrumbó con rapidez, en una implosión que dejo fragmentos y despojos
que se intentaron recomponer más tarde, en el contexto carolingio y, sobre
todo, en el renacentista de comienzos de la Edad Moderna. Pero el universo clásico fue, en esencia,
borrado por los bárbaros y el cristianismo emergente. Se sabe que la Edad Media europea resulta de
la mezcla progresiva de lo romano, lo germánico y lo cristiano, pero ello no
excluye esa destrucción de lo clásico a la que me estoy refiriendo: en torno al siglo VIII, nadie era capaz de
escribir con la claridad del latín clásico; y es el lenguaje reflejo del
pensamiento. Todo ello se puede aplicar
al presente, porque aquella Europa, nacida de las cenizas de lo clásico,
agoniza en términos de lenguaje y de pensamiento. Los boecios de hoy colaboran con los
nuevos bárbaros (¿quiénes son?) y acabarán siendo víctimas de los mismos, si no
lo están siendo ya. Tiempo al tiempo.
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