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24 enero 2011

PRESENTE

Tiempos de mudanza y aflicción, aun cuando no sean compatibles según el aforismo clásico. Concluyeron los buenos tiempos, los de “ponnos otra y que se debe”, los de abundancia y dispendio. El cosmos regido por ese Dios omnipotente, bueno y omnisciente que es el Estado parece tambalearse, porque esa deidad burócrata ya no es omnipotente, no puede prometer y sufragar la satisfacción de las necesidades de sus súbditos/ciudadanos. Eso sí, todavía henchido de bondad, vela por todos nosotros en forma de leyes y trabajos que protegen la salud o cualquier otra cosa que al Leviatán se le ocurra preservar. Y, en cierto modo, sigue aumentando su omnisciencia. Mas temo que la pérdida de la omnipotencia le vaya conduciendo desde la bondad a la maldad manifiesta. Como un organismo mutante que invade vidas y resortes, que custodia y asfixia, va tornando difusa la distinción entre el Todo y sus átomos constitutivos, cada vez menos individuales.

En tiempos de aflicción, no hacer mudanza. Nuestro Dios estatal, el Leviatán que sustentamos, ya no puede obedecer ese aforístico mandado: aflicción y mudanza se intercalan en un caleidoscopio de colores fríos y pestilentes.



22 enero 2011

IDEOGRAFÍAS

    Los grandes ideólogos ya no venden. Sus soflamas sistemáticas hieden a “lugar común” y nadie tiene interés en la lectura de espinosos mamotretos llenos de apotegmas precursores de algún tipo de totalitarismo. Pero no es que nos hayamos vuelto, de repente, más lúcidos. Simplemente ocurre que la ideología (aquel conjunto de ideas sobre la sociedad y el mundo, Weltanschauung para los pedantes) ha devenido en “ideografía”: a partir de un magma de imágenes inconexas, representamos el universo de lo conocido y lo desconocido sin nexos intermedios, porque no se trata ya de un lenguaje discursivo, ni siquiera articulado, sino de sensaciones que entran por la vista y afectan a las emociones. No digo yo que el “homo politicus” del siglo XX fuera menos emocional y más cerebral, sino que intentaba justificar sus desmanes como surgidos de algún tipo de idea sobre el pasado o el futuro.

  La ideografía crea nuevas religiones laicas, sin Dios reconocible, pero religiones al fin y al cabo. Verbigracia: el ambientalismo o ecolatría, que se nutre más de imágenes que de conceptos, más de supersticiones (eso sí, paracientíficas) que de hechos y procesos. Es así como nacen las religiones, a partir de una fe inquebrantable en cierta suerte de principio dogmático. Después, se van expandiendo poco a poco desde la periferia del poder hasta el poder mismo, que se va imbuyendo del discurso haciéndolo suyo, moldeándolo a su imagen y semejanza. Vean “Ágora”, el filme de Amenábar, y encontrarán un paradigma de todo ello en la Alejandría de la Antigüedad. Sí. Los grandes ideólogos han muerto: larga vida a los grandes ideógrafos.