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18 septiembre 2007

DEMAGOGIA

Entre todas las malas artes, cuya taxonomía está aún por concebir, hay una especialmente deplorable: la demagogia. Sabemos, desde Aristóteles, como denominar a esa enfermedad de la democracia, pero no estoy seguro de que seamos siempre capaces de diagnosticarla. Ignoro si nuestras reflexiones son o no peripatéticas como las del estagirita ( y deben serlo si nos fijamos en como, sin sosiego, nos movemos, en metro, en coche propio o en el de San Fernando, de un lado a otro en las aglomeraciones urbanas), pero sí advierto que no obtenemos grandes conclusiones de nuestras premisas. Porque está claro que la demagogia no nos ofende, ni la consideramos un insulto a la inteligencia, puesto que votamos a los que más la practican. Es por eso que los políticos, en cuanto huelen la cercanía del sufragio, se lanzan a una especie de competición por ver quién da más por menos. Se ha abierto la veda y es lo que nos espera. Que ese vudú zafio, y concebido, como todos los tocomochos, para escarnio de tontos supuestamente espabilados, no nos nuble el pensamiento.

10 septiembre 2007

IGNORANCIA Y SUPERSTICIÓN

La ignorancia y la superstición, aquellas lacras que los ilustrados dieciochescos vituperaron, resurgen bajo apariencias nuevas. Respecto a la primera, es siempre inevitable y se halla en todas partes; en nuestros tiempos de especialistas, más que nunca. Y en lo que se refiere a la segunda, está hogaño presente en todos los milenarismos, solapados en muchos casos bajo el envoltorio de lo científico. Así ocurre cuando nos anuncian futuras calamidades que arruinarán a nuestras pecadoras sociedades de consumo. Utilizando el lenguaje de la Ciencia, y muchas veces desde la atalaya de verdaderos científicos demasiado especializados, se nos vende como pensamiento serio y sesudo lo que no es sino superstición y prejuicio. En el fondo de todo ello están o la mala intención o la ignorancia, cuando no ambas. Al fin y al cabo, un especialista sabe casi todo de casi nada, pero ignora bastante de lo demás, aunque su limitado conocimiento del propio campo parezca habilitarle para sentar cátedra acerca de cualquier cosa. Nada más lejos de la realidad. Por eso la ignorancia es tan peligrosa. Más todavía si se mezcla con la maldad y se agita para producir un cóctel explosivo.