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23 octubre 2007

CAMBIO CLIMÁTICO: UNA VERDAD REVELADA

Durante la Edad Media occidental todo el pensamiento teológico, filosófico o científico partía de la Revelación. O la Verdad, siempre la misma, se descubría desde la meditación y la búsqueda de cada cual ( San Agustín), o se demostraba a partir de lo que era irrefutable (Santo Tomás), pues había sido revelada por el Hijo. También hubo profecías de diverso pelaje: desde el milenarismo puro y duro hasta todo tipo de reflexiones sobre el final de los tiempos, con el Anticristo como eje de cualquier teleología, porque también la Historia (pasado, presente y futuro) emanaba de la Revelación y de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, los joaquinistas ( de Joaquín de Fiore) relacionaron la Trinidad con las etapas del devenir, desde la Era del Padre, pasando por la del Hijo, hasta la que estaba a punto de empezar, la del Espíritu Santo. Y siempre el Mal, el Anticristo, o el desastre total, antes de la salvación definitiva. Hoy, el milenarismo por definición se esconde dentro del campo de eso que se ha dado en llamar ecologismo. En medio de todo ello, se ubica el Cambio Climático (¿o Calentamiento Global?), al que todos citan, pero del que pocos saben. Pero se le invoca una y otra vez hasta convertirlo en verdad revelada por las santas escrituras del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), cuyos largos y sesudos estudios se resumen en informes más cortos para políticos. En estos últimos, suele pesar más el voluntarismo político y activista que la adecuación a los aludidos estudios previos (busquen, sino, y comprueben). Algunos expertos se desgañitan ( aunque cada vez menos, tal vez por miedo, cansancio, o ambas cosas) contra ciertas mixtificaciones del Panel, pero sirve de poco. La Verdad revelada está en todas partes y los medios se convierten en sus predicadores. Neoplatónicos o aristotélicos, seculares o mendicantes, todos parten de lo mismo, del dogma irrefutable. Ya no es posible la duda. Y sin ella, muere la posibilidad de debate.

15 octubre 2007

FALACIAS INCÓMODAS

Siempre he sentido curiosidad por saber cómo germinaron, y ganaron partidarios, las grandes religiones. Por ejemplo, el cristianismo que, durante los siglos II y III, se fue infiltrando en el organigrama del Imperio, para tomar carta de naturaleza durante el cuarto siglo, tras la conversión de Constantino. Es entonces cuando se celebran los grandes concilios que rechazan la herejía: verbigracia, la de Arrio, que suponía una interpretación bastante “racional” del mensaje. También el Islam; en este caso, las recitaciones de un comerciante de La Meca se fueron convirtiendo, a fuerza de repetidas, en verdad irrefutable para los beduinos, primero, y para persas, turcos y otros, más tarde. Siempre lo mismo: un mensaje repetido hasta la saciedad y la demonización de quienes rehúsan acatarlo. Tal vez en nuestros tiempos hayan surgido, de manera similar, otras religiones, como la “ufología” o la “ecolatría”. La primera, asume todos los potingues de cualquier religión, con sus revelaciones iniciales, sus historias y sus dogmas. Lo mismo ocurre con la segunda. La repetición hasta el infinito de ciertos mensajes demagógicos, cuando no falacias o inexactitudes, acaba convirtiendo en verdad revelada lo que, en esencia, son hipótesis, razonables unas y exageradas, cuando no demenciales, otras. Lo llaman verdades incómodas. Nos invadirán con ellas en las próximas semanas.