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03 abril 2011

REFLEXIÓN.

La Historia, historiografía debería decirse, es, según los manuales, la ciencia que reconstruye y revela nuestro pasado.  Toda reconstrucción genera, a la postre, una nueva arquitectura.  En el caso de la Historia, la ideología constituye la argamasa que mantiene en pie el edificio.  Se ofendan lo que se ofendan los historiadores oficiales, la ideología está siempre presente en su trabajo, muy diferente del que llevan a cabo los químicos o los astrónomos.  Y ello va en aumento cuando se estudian períodos próximos, aunque pasados.  Se decía, antaño que, para hacer historiografía, debía mediar, con el lapso estudiado, un determinado número de años.  Hoy en día, esa convención parece estar en desuso y nuestros historiadores se sienten capaces para analizar y rehacer lo más reciente sin menoscabo alguno de su solidez científica.  Es así como el trabajo historiográfico parte de la propaganda para llevar a la propaganda, como origen y conclusión de un mismo estudio.  Alguien del gremio debería plantearse este tipo de cuestiones epistemológicas y gnoseológicas.  Es el único medio, a mi juicio, de que los discursos se vuelvan plausibles.  Se trata de evadir el deductivismo sectario que tanto se practica.