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11 julio 2006

LECTURAS DE VERANO.

Nunca he reverenciado a la canícula como la mejor estación para la lectura. Tal vez un poco a contracorriente, soy, sobre todo, un lector de otoño e invierno. Cuando la luz comienza a vencer, y la primavera avanza, va decreciendo el número de mis lecturas así como el entusiasmo puesto en las mismas. En el estío, toco fondo y, desde fines de septiembre, regreso con furor a los libros. Esa es mi verdad. Tal vez, de mayo a agosto, cambio los libros por la vida. No es que no lea nada; leo mucho menos y con poco interés.
Durante los meses pasados he leído bastante. El otoño fue tiempo de relecturas, con Sénder y Sabato en el centro de ellas. En el invierno, leí alguna cosa nueva e interesante (es cada vez más raro que ambas características vayan unidas). Y, ahora, en verano, simplemente vivo y elucubro. Que no es poco.

09 julio 2006

BENEDICTO

El Papa nos visita. Con su atavío impecable y ancestral, con prosodia y entonación de cura de pueblo, con la expresión, con la sonrisa. Miles de personas le siguen. Es su fuerza, es el poder de esa Iglesia vetusta, e invicta, que no tiene cazas ni tanques, que radica en un territorio minúsculo, pero que consigue influir sobre la actitud y opinión de multitudes. Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho. La expresión sigue en uso. Lo sabe muy bien nuestro gobierno, que juega, con una mano, la baza de la laicidad del Estado y que, con la otra, no deja de acariciar el lomo de la fiera. Lo de no asistir a la misa es, por ello, pura representación de quien se apunta a todo, de quien toca la campana y acude a la procesión, de quien sirve para un roto y para un descosido. Mas no nos engañemos. El poder de la Iglesia continúa omnímodo. Y tiene su reflejo, estos días, por las calles de Valencia. Haz lo que quieras, Zapatero, que para algo son los votos, pero con Roma no llegues demasiado lejos. El anticlericalismo, siempre de salón. Tiempo al tiempo.

04 julio 2006

DESDE EL NORTE EN VERANO

Escribo desde el Norte, más brumoso que nunca este año, triste y deprimente en el tiempo atmosférico, antípoda de esa plenitud lumínica que el Mediterráneo y el Sur confieren. Hoy ha amanecido con truenos y relámpagos, con aguacero, con reseñas sobre difuntos en Valencia y sobre lóbregas negociaciones. Como la oscuridad siempre concibe reflexión, elucubro una vez más acerca del Poder, ese afán que nos vuelve locos. Empiezo a dudar de que el Poder no sea siempre absoluto al margen del sistema político. Desde allí, nos conducen e intentan instituir nuestros sentimientos. Está la publicidad mercantil, que orienta nuestros anhelos y pugna por encontrar la clave compulsiva de nuestro interior. Y está la propaganda política, e ideológica, llena de caminos, que apacienta el sentir y consigue, a menudo, enclaustrar al pensamiento. Su objetivo es muchas veces una siniestra mudanza de lo negro en blanco y de lo blanco en negro.