La expresión "no
ver el peligro" se refiere a la incapacidad de algunos humanos, o
humanas, para ser conscientes de riesgos perentorios que amenazan su seguridad,
salud o supervivencia. Se aplica mucho a
los niños, a los adolescentes y, en general, a individuos que, ya provectos,
presentan un déficit en su instinto de conservación. ¿Se puede aplicar el sintagma, en un momento dado, a toda una
sociedad? En la Europa de los años
treinta, verbigracia, no se percibió el peligro hasta que ya era tarde y ello
tuvo consecuencias aciagas. ¿ Y en la
actualidad? Da la impresión de que, en medios judiciales, políticos, mediáticos
y sociales en general, se desarrolla una suerte de frivolidad de pensamiento
que limita esa percepción. Los datos son
incuestionables y los liberticidas florecen sin tapujos e incluso no son del
todo mal vistos, al tiempo que se genera un cierto rechazo hacia quienes sí ven
ese peligro y lo avisan públicamente.
Revel citó a la mentira como la principal de las armas que mueve el
mundo. "Quien ama el peligro, perecerá en él", sentenció el Eclesiastés. Malos tiempos para la libertad y para nuestro
sistema de vida.
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22 abril 2017
15 abril 2017
LIBERTICIDAS
Poseemos los humanos la propensión a la libertad o, en su
defecto, a su búsqueda inquebrantable.
Es la libertad una cuestión cultural, propia del animal humano, pero, al
mismo tiempo, el orbe que moramos está siempre saciado de liberticidas. ¿Quiénes son ellos? Arduo es determinarlo, pero no cabe duda de
que son demasiados y que constituyen una índole que se encarna, sin solución de
continuidad, en los más diversos
credos. De este modo, los enemigos de la
libertad, siempre al acecho, proponen y actúan para oponerse al libre
albedrío. De éste, sabemos que no
existe, pero también conocemos que tenemos la disposición, y el derecho, de
perseguirlo. Pero ellos acechan y buscan
la manera de que no nos sea posible.
Siempre ha sido así. Pero da la
impresión, en los últimos tiempos, de que, en la eterna batalla, van ganando en
todos los frentes.
01 abril 2017
¿DEL MITO AL LOGOS?
La Filosofía griega fundó el pensamiento racional a través
de lo que se designa como paso del mito al logos. Del griego mythos (“cuento”), un mito se define como un relato de hechos asombrosos cuyos
actores son personajes
sobrenaturales (dioses, monstruos) o extraordinarios (héroes). Asume la función de otorgar un apoyo narrativo a los credos de
una sociedad o grupo. En su origen, el mito es un relato oral y, una vez que emerge la
escritura, se revisa en clave literaria. En cuanto al término logos, puede transcribirse como
pensamiento, razón, habla, discurso, concepto, palabra, conocimiento; pero la locución
castellana más fiel es tal vez el término razón. Pero cabe
preguntarse si el mito desapareció, alguna vez, del todo. Y no me refiero sólo al universo de las
religiones, donde siempre estuvo activo, sino a la propia sociedad secular que,
en el presente, y desde no hace tanto, habitamos. En lo político, en lo ideológico, el mito continúa
gozando de buena salud; gran parte de
nuestras ideas, sea cual sea su idiosincrasia, parten de mitos bien fundados
dirigidos a lo emocional. Incluso la
Historiografía actual, que se pretende científica, parece preocuparse más de argumentar
el presente, y tal vez el futuro, que de explicar el pasado, y los
historiadores se asemejan más a propagandistas que parten de mitos no
explicados que a estudiosos empíricos e inductivos de las fuentes. De este modo, los mitos bullen bajo la
apariencia de explicaciones racionales.
No busquemos, por ello, a la pseudociencia sólo entre las pseudociencias. Incluso en lo
que se enjuicia como Ciencia con mayúscula,
el mito cabalga de nuevo.
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