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25 mayo 2011

INDIVIDUOS

Somos seres sociales porque precisamos de los otros.  Es esa una obviedad de manual básico.  Pero también es cierto que la individualidad es la gran contribución de la especie humana, cuyo proceso evolutivo, en lo biológico y en lo cultural, en lo orgánico y en lo cognitivo, ha dado nacimiento  a esta realidad intransferible de lo personal.  Y debemos velarla porque, siguiendo a Roberto Ardrey (que ya lo escribió a principios de los setenta), nuestra parte individual es la que más nos aleja de lo puramente zoológico.  Parece, no obstante, que la masa, la de Ortega, repunta de nuevo y adquiere protagonismo a través, sobre todo, de las llamadas redes sociales, como ya glosamos en un post anterior.  En relación con ello, yo creo que los derechos son, sobre todo, individuales; conciernen más a las personas que a los grupos o a los colectivos.  La lucha por la libertad ha sido, y es, sobre todo, una lucha por los derechos de los individuos en cuanto personas, en cuanto seres únicos, irrepetibles y unívocos.  Si el colectivo predomina sobre sus átomos, como ocurre con el nacionalismo, con los fanatismos religiosos y con los totalitarismos de distinto signo, se pierde la propia noción de lo que es un derecho.  Desconfiemos, pues, de quienes postulan felicidades colectivas.  Sólo son mensajeros de un futuro liberticida.

24 mayo 2011

DEMOCRACIA REAL

La única democracia real es la que disfrutamos, si aceptamos el concepto de realidad en su acepción exacta.  En puridad, no es un buen sistema, es el peor de los sistemas exceptuando todos los demás (Churchill dixit).  Hay tal vez quienes imaginan que se trata de una democracia formal y burguesa, o tal vez de una dictadura de la partitocracia, en cuyo caso sería otra la verdadera democracia: la de Hitler, la de Stalin, la orgánica del franquismo o la castrista.  Pero en general, y ensueños aparte, tenemos la democracia que tenemos y, en ella, los ciudadanos se expresan implantando su voto en una urna cada cuatro años.  También esto les parece poco a los “amigos” de la “libertad verdadera” (considerada al gusto de cada uno).  Pues a mí me parece mucho. Evita, verbigracia, que una reunión cualquiera de ciudadanos y ciudadanas, espontánea o no, se erija en depositaria de algún tipo de soberanía y en representación del todo por la parte, sinécdoque política que se repite con frecuencia.  Y es que, al final, no hay mejor manera de medir lo que los gobernados piensan que el recuento de las urnas.  Pero ellas no suelen gustar a quienes tienen una idea precisa del futuro para imponer al resto.  Sólo les gustan cuando son favorables a sus delirios.

18 mayo 2011

REDES SOCIALES

Poseen, en apariencia, las redes sociales, una cara grata y positiva.  En principio, el propio concepto de red nos remite a la idea de relaciones horizontales y no jerárquicas.  Las interrelaciones sociales, limitadas tradicionalmente a la proximidad física y territorial, se amplían a todo el orbe.  Pero algo hay que no acaba de convencerme.  Igual que un disparo o una alarma de incendio generan, o pueden generar, un efecto estampida en cualquier masa de personas reunidas en un determinado espacio, ese efecto estampida puede darse asimismo en las llamadas redes sociales.  Basta con dar con la tecla, con las palabras, con la soflama precisa  para forjar lo que se persigue, esto es, la movilización visceral o el linchamiento moral y simbólico de quien se salga del carril.  La credulidad, la ignorancia, la respuesta conductista y condicionada, complementan el impulso inicial y hacen el resto.  Por eso desconfío de eso que se está dando en llamar democracia digital, la del plebiscito diario y tecnológico en la gran asamblea de la Red.  No pensemos que lo que llamamos nuevas tecnologías ( ya no  tan nuevas) son la panacea: puede ocurrir que esa comunidad o masa de seres humanos enganchados a cualquier tipo de dispositivo fijo o móvil, que los relaciona en el ciberespacio en todo tiempo y lugar, sea la base de una pérdida de  individualidad y de reflexión serena.  Por todo ello, me gusta la Red (ya no podríamos vivir sin ella de una manera razonable), pero me gusta en su medida, pues su exceso, unido a la falta de sentido crítico y de pensamiento autónomo, podría ser el comienzo de un arduo futuro opresivo y lleno de peligros, de una pesadilla para los amantes de la libertad.