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18 mayo 2011

REDES SOCIALES

Poseen, en apariencia, las redes sociales, una cara grata y positiva.  En principio, el propio concepto de red nos remite a la idea de relaciones horizontales y no jerárquicas.  Las interrelaciones sociales, limitadas tradicionalmente a la proximidad física y territorial, se amplían a todo el orbe.  Pero algo hay que no acaba de convencerme.  Igual que un disparo o una alarma de incendio generan, o pueden generar, un efecto estampida en cualquier masa de personas reunidas en un determinado espacio, ese efecto estampida puede darse asimismo en las llamadas redes sociales.  Basta con dar con la tecla, con las palabras, con la soflama precisa  para forjar lo que se persigue, esto es, la movilización visceral o el linchamiento moral y simbólico de quien se salga del carril.  La credulidad, la ignorancia, la respuesta conductista y condicionada, complementan el impulso inicial y hacen el resto.  Por eso desconfío de eso que se está dando en llamar democracia digital, la del plebiscito diario y tecnológico en la gran asamblea de la Red.  No pensemos que lo que llamamos nuevas tecnologías ( ya no  tan nuevas) son la panacea: puede ocurrir que esa comunidad o masa de seres humanos enganchados a cualquier tipo de dispositivo fijo o móvil, que los relaciona en el ciberespacio en todo tiempo y lugar, sea la base de una pérdida de  individualidad y de reflexión serena.  Por todo ello, me gusta la Red (ya no podríamos vivir sin ella de una manera razonable), pero me gusta en su medida, pues su exceso, unido a la falta de sentido crítico y de pensamiento autónomo, podría ser el comienzo de un arduo futuro opresivo y lleno de peligros, de una pesadilla para los amantes de la libertad.

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