Es un prosista de
quien se platica poco. Pero tiene
incondicionales, entre los que se encuentra el que suscribe. Se trata de Luis Landero, extremeño y
profesor, que podría convertirse en autor de culto con el tiempo. Su principal problema es que se inició con
una obra maestra, “Juegos de la edad tardía”. Mejorarla con las siguientes es
tarea casi imposible. Sólo con esa
novela, sería ya un grande de la literatura en castellano. Luego nos deleitó con alguna otra y, hace
poco, salió la última, “Absolución”. El
mundo y los personajes de Landero nos remiten a una suerte de cosmos atemporal
en el que antihéroes solitarios, desclasados e irrepetibles se mueven en un
entorno propio marcado por esa especie de absurdo de baja intensidad, de
esperpento atenuado por el reflejo de la otra realidad, la convencional, que
aparece en estas obras a la manera de un escenario a la vez claro y desdibujado
por la retranca propia de la parte occidental de la Península Ibérica. Se suma a todo ello un lenguaje cuidado y
preciso. Y siempre mostrando una lucidez
de fondo que es tal vez la clave que convierte a este autor en escritor
profundo.
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16 junio 2013
10 junio 2013
INVENTAR EL PASADO.
Idear el pasado para
controlar el presente y el futuro. Es el
método añejo de los opresores. Las
grandes religiones, los grandes imperios, los totalitarismos del siglo XX y los
nacionalismos de hoy han esgrimido, y esgrimen, esa vía. Se encomiendan a la estolidez o pereza mental
de la masa y, poco a poco, van fraguando
esa perfomance de la Historia inventada.
Por tanto, el pasado sí importa.
No es baladí el montaje historiográfico.
En el pasado, reconstruido en forma de revelación, de glorias nacionales
o de urdimbres fenomenológicas que justifican el presente o lo que se formula
para el futuro, anida el nihil obstat para los novicios de tirano.
Lo que para el
cristianismo de Nicea, y para la Iglesia Católica, supusieron los evangelios
canónicos, lo supone hoy la Historia reinventada por los nacionalistas, como lo
supuso la que se rehizo a mayor gloria de Hitler, de Stalin o del alzamiento
nacional, en el caso de España.
Por eso los
nacionalistas sin Estado le dan tanta importancia a la Historia de su suelo. Y se empeñan tanto que acaban por imponer esa
visión mítica o fantaseada. Los demás,
vamos desistiendo de rebatirles, como si pensáramos que, al fin y al cabo, el
asunto no tiene importancia. Pero la
tiene. De ahí ese afán recurrente en inventar la Historia, o en mudarla de
acuerdo con los intereses presentes. Y es que, sin duda, el procedimiento
sigue funcionando.
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