Hoy me entrevistó una
doctoranda escocesa. Lo hizo porque soy
profesor de Historia en secundaria y ella está realizando una tesis doctoral,
desde el punto de vista de la Sociología, sobre las secuelas de ciertos
conflictos civiles. Después de varias interpelaciones,
algunas de ellas referidas al impacto de la Ley de Memoria Histórica sobre el
currículo, me preguntó, tras tratar sobre la guerra civil y la transición, acerca de la reconciliación nacional. ¿ Se ha
producido la misma en España? Pero no
supe qué responder, porque desconozco que es eso de la reconciliación. Por una parte, entiendo que la reconciliación
es un fenómeno interpersonal de fuerte impronta psicológica; o sea, que se
produce entre personas concretas. No
existe tal cosa entre instituciones o bandos.
Por otra parte, la coexistencia intemporal de una Derecha y de una
Izquierda esenciales, enfrentadas en todo tiempo y lugar, es una idea
metafísica, puramente ideológica y poco científica. No tiene sentido preguntar en 2012 por una
reconciliación referida a conflictos sesenta o setenta años anteriores al presente. ¿Reconciliación entre quienes? ¿Entre personas? Casi todas están muertas. ¿Entre la Derecha y
la Izquierda eternas y metafísicas?
¿Entre unos bandos que ya no existen como tales? No acerté, pues, a responder con rigor, y
ella no pudo aclararme qué me estaba preguntado. No sabía yo si quería una respuesta
psicológica, etológica o simplemente ideológica y marcada por falaces
anacronismos.
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24 abril 2012
02 abril 2012
REFUTACIÓN METAFÓRICA.
La vieja
identificación socrática entre Saber y Virtud sigue estando presente. Consiste en suponer que el Mal, si es que existe algo
parecido, no es sino el fruto de la ignorancia.
Por su parte, el Bien florecería
desde el conocimiento. En el lenguaje
técnico-pedagógico emanado de las sucesivas reformas educativas se ha ido atesorando
el poso de esa identificación: aquello de las actitudes, adquiridas en relación
con conceptos o procedimientos, ha devenido hoy en lo que se denomina educación
en valores ( sin especificar cuáles de ellos, pero es esa otra cuestión). El caso es que flota en el ambiente una
suerte de tendencia a inferir que del conocimiento (supuesto que acordemos en
qué consiste) brota la virtud o que esta logra ser enseñada o transmitida. En eso se afanan, al menos, los distintos
profesionales de la enseñanza, desde los que atienden a discentes de jardín de
infancia hasta los que tratan con adolescentes o posadolescentes. Sin embargo, parece claro que la presunción
socrática a que hacemos referencia es una conjetura falsable en el sentido que
Popper le dio al vocablo. Saber,
conocer, pensar, no es equivalente a la bondad ni ser ignorante es sinónimo de maldad,
salvo que confundamos la primera con la hipocresía de los sepulcros blanqueados
o la segunda, con la falta de urbanidad o la rudeza. Por otra parte, tendríamos que ponernos de
acuerdo sobre qué es y no es saber y conocimiento; asimismo, las virtudes y
valores varían según culturas, épocas y personas. Ni la sabiduría es una garantía ni la
ignorancia puede servir de escusa. Quien
quiera entender que entienda.
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