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02 abril 2012

REFUTACIÓN METAFÓRICA.

La vieja identificación socrática entre Saber y Virtud sigue estando presente.  Consiste en suponer que el Mal, si es que existe algo parecido, no es sino el fruto de la ignorancia.  Por su parte, el Bien florecería  desde el conocimiento.  En el lenguaje técnico-pedagógico emanado de las sucesivas reformas educativas se ha ido atesorando el poso de esa identificación: aquello de las actitudes, adquiridas en relación con conceptos o procedimientos, ha devenido hoy en lo que se denomina educación en valores ( sin especificar cuáles de ellos, pero es esa otra cuestión).  El caso es que flota en el ambiente una suerte de tendencia a inferir que del conocimiento (supuesto que acordemos en qué consiste) brota la virtud o que esta logra ser enseñada o transmitida.  En eso se afanan, al menos, los distintos profesionales de la enseñanza, desde los que atienden a discentes de jardín de infancia hasta los que tratan con adolescentes o posadolescentes.  Sin embargo, parece claro que la presunción socrática a que hacemos referencia es una conjetura falsable en el sentido que Popper le dio al vocablo.  Saber, conocer, pensar,  no es equivalente a la  bondad ni ser ignorante es sinónimo de maldad, salvo que confundamos la primera con la hipocresía de los sepulcros blanqueados o la segunda, con la falta de urbanidad o la rudeza.   Por otra parte, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué es y no es saber y conocimiento; asimismo, las virtudes y valores varían según culturas, épocas y personas.  Ni la sabiduría es una garantía ni la ignorancia puede servir de escusa.  Quien quiera entender que entienda.

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