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24 febrero 2018

LIBERTICIDAS

No es  baladí el asunto de la posverdad.  Va más allá de una simple evolución de lo políticamente correcto y se  perfila como realidad orweliana en ascenso.  Los liberticidas, los de hoy, como los de ayer,  acaban atinando con el camino para imponerse.  No se manifiestan  ahora en forma de  predicadores, ni llevan hábitos, ni se presentan como adalides de la ortodoxia religiosa; en cada época, cambian su ropaje para confundirnos, pero, no nos engañemos, están ahí para cercenar las libertades y despojar a los humanos de nuestro rasgo más preciado, la individualidad que nos distingue de las bestias.  Toman, en este presente, la apariencia de una Izquierda enemiga del capitalismo, pero amiga de cualquier otra causa cuyo objetivo sea la destrucción del mundo occidental, como el islamismo radical.
Se supone que esa Izquierda, la izquierda marxista o anarquista, como antes la izquierda liberal, nació de la Ilustración, la cual suponía la existencia de valores universales e independientes de la raza, la religión o la cultura. Sin embargo, y ya durante el siglo XX, esa izquierda comenzó a admitir excepciones, asumiendo, verbigracia, el concepto de relativismo cultural,  tal vez porque servía para ahondar en el decrecimiento de Occidente, aunque entrase en contradicción con los propios valores, supuestamente universales, admitidos por esa izquierda.  Y, desde entonces, se han ido sumando unas cosas y otras, siempre en detrimento de la libertad y del individuo, aunque revestidas, eso sí, de múltiples apariencias de bondad transformadora.
Por tanto, ni libertad de ni libertad para. Los liberticidas no hacen distinciones.  Simplemente odian el libre albedrío y persiguen la creación de ese hombre nuevo que sea un perfecto miembro de la manada, sumiso con el líder (el Poder, el Estado, el Líder propiamente dicho...) y letal para quienes duden de sus designios, instrumento perfecto del Leviatán frente a posibles detractores. En esencia, colectivismo, creando para ello las inquisiciones que sean necesarias.  Y en eso estamos en estos días confusos de posverdad,  neologismo que parece definir a la perfección a aquella mentira que mueve al mundo afirmada por Revel. Es la construcción de un Totalitarismo inoculado poco a poco, en las dosis precisas, como la rana echada en agua fría y calentada lentamente para evitar que salte de la olla. Los datos son incuestionables y los liberticidas florecen sin tapujos, e incluso no son del todo mal vistos, al tiempo que se genera un cierto rechazo hacia quienes sí ven ese peligro y lo avisan públicamente, convertidos en una suerte de Casandras contemporáneas.

¿ Y quiénes son esos liberticidas?  Arduo es determinarlo, pero no cabe duda de que son demasiados y que constituyen una índole que se encarna, sin solución de continuidad,  en los más diversos credos.  De este modo, los enemigos de la libertad, siempre al acecho, proponen y actúan para oponerse al libre albedrío.  De éste, sabemos que no existe, pero también conocemos que tenemos la disposición, y el derecho, de perseguirlo.  Pero ellos acechan y buscan la manera de que no nos sea posible.  Siempre ha sido así.  Pero da la impresión, en los últimos tiempos, de que, en la eterna batalla, van ganando en todos los frentes.

17 febrero 2018

NACIÓN.

Curioso que la idea de España esté netamente desviada de los lugares comunes de la Izquierda, tanto de la circunscrita en partidos o sindicatos como de la denominada "izquierda indefinida".  Ningún argentino parece identificar la bandera de su país con Videla; los griegos no suelen asociar la suya a los "coroneles", y así sucesivamente.  Pero, en nuestra España, y en amplios sectores de lo que podríamos denominar "progresía", la bandera y la exaltación de la Nación se consideran, en gran parte, como rémora de un pasado infausto, ligado al franquismo y alejado de la verdadera legitimidad democrática, la de la II República con su enseña tricolor.  ¿Puede ser esa la explicación de la querencia de la Izquierda española, desde los albores de la Transición,  hacia el nacionalismo periférico?  Sólo en estos últimos meses, tras el intento de golpe de los supremacistas de Tractoria, juzga pertinente  la sociedad española, o una parte significativa de la misma,  la necesidad de defensa de la unidad nacional: las banderas en los balcones, las manifestaciones españolistas en Cataluña, Tabarnia......fueron el impulso para la aplicación del 155, y la base para que una parte del espectro político se atreva con asuntos como la discriminación lingüística.  Pero falta que, más allá del centro-derecha,  la Izquierda, al menos en gran parte de su espectro, se despoje de ese miedo a querer la propia Nación que, por otra parte, es  la que, como espacio de soberanía que reúne a los ciudadanos de un territorio, puede garantizar nuestros derechos y libertades.  Hace falta una revolución en ese sentido, y escuchar el clamor de la calle, más allá de los clichés y tópicos ideológicos que tanto aman los liberticidas.

07 febrero 2018

FANÁTICOS.

Falta una ONG con ese nombre: “Fanatismo sin fronteras”.  Para socorrer , ya sin tapujos, como otras,  a toda la pléyade de totalitarismos que se esconden bajo las faldas de la lucha contra la injusticia, o contra la pobreza, que no es oro todo lo que reluce. 

Sarcasmos aparte,  el fanatismo anida en muchas plazas, no sólo en las aparentes,  y en muchas conciencias.  No indaguéis al fanático entre los que tienen envoltura de ello.  No.  Entre los de verbo cordial, aspecto convencional y mirada afable, también hay muchos.  Por acción o por omisión.  Gentes que salen a cenar,  que se preocupan por sus amigos y que sonríen.  Pero, en el fondo, tras una aparente permisividad, atesoran el odio o la rigidez que lleva desde vagos sentimientos, o desde lugares comunes en lo ideológico, al fanatismo.  Por decirlo de otra manera: no confundamos a los fanáticos con los locos.  El evidente, el que vemos venir, ese podrá serlo (fanático) pero es más que nada un cretino o un orate.  Sin embargo, los otros, los que no lo son tan claramente, los que administran su mostrarse ante los demás, los que van creciendo cada día en número, esos son el verdadero peligro.  La mayoría lo son por omisión o por aceptación pasiva, como ocurrió en la Alemania de los años treinta.  Pero ello no les quita demérito.  Hace falta pensar, más que sentir, para que la posverdad deje de imponerse.