La historia de la Tierra es también la historia de su
clima. A lo largo de los eones
(arqueozoico, proterozoico y fanerozoico o más reciente, dividido en
paleozoico, mesozoico y cenozoico) el estudio de los paleoclimatólogos ha
registrado sucesivos cambios climáticos para los que se han buscado
explicaciones varias. El comportamiento del clima tiene bastantes rasgos en
común con el del tiempo atmosférico. Todo se reduce a una alternancia irregular
de frío y de calor, lo que en el caso del clima identificamos con los cambios
climáticos. La Tierra tiene aproximadamente 4.600 millones de años de edad y, durante ese vasto período de tiempo,
han tenido lugar siete grandes eras
glaciales, que no debemos de confundir con las glaciaciones. A pesar de ello,
durante la mayor parte de la historia de nuestro planeta, el clima ha sido mucho más caluroso que el
actual; no en vano, a pesar de la fase cálida actual, nos encontramos inmersos
en una era glacial (la séptima). Durante los primeros 2.300 millones de años
del planeta (la mitad de su edad ), la
Tierra fue un mundo bastante más cálido que en la actualidad, sin presencia de
hielo en su superficie. Varios indicadores paleoclimáticos sugieren que esto
cambió bruscamente en ese momento de la historia planetaria, y que, durante un
período de unos 300 millones de años, gran parte de la superficie terrestre se
cubrió de hielo, convirtiéndose el planeta en lo que se ha dado en llamar una
«Tierra Blanca» o «Tierra Bola de nieve». Tres son las principales hipótesis
sobre las causas que pudieron provocar ese cambio tan radical en el clima
terrestre. Una de ellas apunta al impacto de un gran meteorito, lo que habría
generado una capa tan densa de aerosoles en la atmósfera, que habrían
provocando un enfriamiento global, reforzándose a medida que fue apareciendo
hielo y que este fue cubriendo cada vez más zonas, debido al elevado poder
reflectante del mismo. La segunda posibilidad es que hubiera aumentado de forma
muy importante la actividad volcánica, lo que habría desencadenado esa primera
era glacial. La tercera hipótesis, propuesta por algunos astrónomos, es que la
Tierra atravesó en aquel momento una nube interestelar de polvo cósmico,
bastante densa, lo que habría reducido significativamente la cantidad de
radiación solar incidente en el planeta, con idéntico resultado: un gran
enfriamiento. En el eón más reciente, durante
esos 65 millones de años que viene durando la Era Cenozoica, se repite la misma
pauta de alternancia de épocas frías o glaciales y cálidas. Hace 1,8 millones
de años dio comienzo la última época fría hasta la fecha, el Cuaternario, el
último de los períodos geológicos, en el que estamos inmersos. Su entrada en
escena coincide aproximadamente en el tiempo con la aparición de los seres
humanos. El Cuaternario se caracteriza por una alternancia más regular que en
otras épocas de la historia del planeta, de ciclos fríos o glaciaciones y cálidos
o interglaciales, siendo el último de
los cuáles –el Holoceno– el que estamos
viviendo, si bien algunos autores comienzan a hablar ya del Antropoceno, para
referirse a la época en la que los seres humanos hemos comenzado a influir
también en el clima. Esa sucesión de glaciaciones y ciclos interglaciales como
el actual se explica en parte gracias a la teoría astronómica de Milankovitch,
que tiene en cuenta las variaciones temporales de tres parámetros de la órbita
terrestre (la excentricidad, la precesión y la oblicuidad), lo que provoca cada
cierto tiempo (varios miles de años) la llegada de una menor cantidad de
radiación solar al planeta, con el consiguiente enfriamiento y el inicio de una
glaciación.
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26 agosto 2017
19 agosto 2017
INCOHERENCIA.
El pensamiento sin coherencia renuncia a ser
pensamiento. No se puede afirmar una
cosa y su contraria ni valerse de principios distintos, u opuestos, según las circunstancias o los
asuntos. Tampoco se puede pensar con
claridad sin una mínima dosis de conocimiento, de reflexión racional al margen
de las emociones. Pero la incoherencia,
siempre presente en nuestro devenir como humanos, alcanza hoy cada vez más
fuerza. Queremos libertad y bienestar
individual pero, en muchos casos, denostamos al tipo de sociedad y de economía
que los garantiza; queremos paz, pero no sabemos defenderla; queremos esto y
aquello, pero no somos capaces de articular un pensamiento que se corresponda
con esas pretensiones. En las redes
sociales, en los grandes medios, en el día a día, se expresan opiniones que
muestran una incongruencia creciente. No
queremos que nos maten, pero justificamos, en cierto modo, a quienes quieren
matarnos, a quienes son una amenaza real contra nuestro modo de vida. Y la sociedad que no se defiende, o que no es
consciente, a través de sus individuos, de esa necesidad de defensa, está a las
puertas de su propia extinción. La
libertad es una anomalía histórica que se ha convertido en seña de identidad de
nuestras sociedades. Pero, creyendo ampararla, la socavamos día a día, al
mismo tiempo que justificamos, consciente o inconscientemente, a sus enemigos.
13 agosto 2017
¿TURISMOFOBIA O XENOFOBIA?
Durante las últimas semanas se ha venido acuñando el término
"turismofobia". Designa, al parecer, una suerte de reacción local
frente a los efectos imaginariamente negativos de la masiva llegada de
visitantes para los entornos urbanos, costeros o paisajísticos. Es un
sentimiento que deriva en acciones más o menos violentas, con una mezcla de
izquierdismo emocional y de religión medioambiental. Pero, rememorando
aquello de por qué lo llaman amor si todos sabemos que es sexo,
podríamos decir: ¿por que lo llaman turismofobia si todos sabemos que es xenofobia? En
esta última reside siempre un rechazo a lo otro, a lo distinto, a la potencial
novedad respecto a usos y costumbres. En una palabra, rancia ideología,
por mucho que la aderezemos con unas gotas de falso progresismo.
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