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25 marzo 2023
18 marzo 2023
INMORTALIDAD.
La inmortalidad es, o ha sido, desde siempre, una obsesión de los humanos, tan restringidos como estamos en el tiempo. Igual fue por ello que ideamos a los dioses, eternos en cronología, y así seguimos en el fondo. No es otra cosa la investigación genética que un intento de buscar la inmortalidad a través de la ciencia. Mientras tanto, jugamos a querernos eternos acatando los mitos de esa especie de paranoia de inmortalidad ofrecida mediante la medicina preventiva. Al final, se trata de inculcar el miedo, para lo cual necesitan que nos pensemos sempiternos. Pero no lo somos, y si de verdad fuésemos conscientes de ello, no solo a ratos, sino de forma continua, ello nos haría más fuentes y menos manipulables. Pero acabamos por creer en la inmortalidad de este lado, como durante mucho tiempo aceptamos la del otro, la de la vida eterna, esa misma en la que empezamos de nuevo a tener fe, pero en relación al más acá; solo cambiamos la noción de pecado por la dialéctica entre lo saludable y lo no saludable.
11 marzo 2023
MITOS DE AYER Y DE HOY.
El mito del siglo XX es el título de un libro del filonazi Rosenberg, en el que desgranaba su versión del racismo. El mito se suele pensar como contrapuesto, en principio, al logos, aunque no esté tan claro su antagonismo. Sea como sea, y eso es otra cuestión, expresa una manera de explicar la realidad del mundo y del universo. El de la raza fue sin duda un mito, a pesar de que presentara apariencia científica y fingiera basarse en la entonces incipiente Antropología, tanto física como cultural, la primera computando cráneos para llegar desde lo taxonómico al determinismo psicológico, y la segunda expresando eso mismo en términos de cultura. Pero era solo un paripé, no la antropología en si misma, sino su uso por los proto-racistas para justificar lo no admisible, ni aceptable, en términos de raciocinio. Por eso fue el de la Raza el gran mito de la primera mitad del siglo XX. Y acabó como acabó. Ahora, en el siglo XXI, parece surgir otro mito imparable, el de la Naturaleza, que, por cierto, tiene también en Alemania un foco sustantivo. La Naturaleza, sustantivada, termina por ser el origen de toda una especie de religión o dogma totalitario, y parece estar culminando en eso que se viene denominando cambio climático. Este también finge apoyarse en la ciencia, pero cada vez se va viendo con mayor claridad hacia qué vericuetos nos encamina. ¿Nos daremos cuenta antes de que sus iluminados ideen otra solución final?
04 marzo 2023
TOTALITARISMO.
Identificó Hanna Arendt a la atomización social como uno de los principales males entre los que pudieran explicar la eclosión del totalitarismo. Se refería a la pérdida de un mundo común, idiosincrasia de un contexto de pluralismo, y al refugio en el ámbito privado. Según ella, “la fuerza que posee la propaganda totalitaria (…) descansa en su capacidad de aislar a las masas del mundo real”. Si nos sumimos en el universo de lo íntimo, perdemos gran parte del sentido común compartido por el conjunto social y somos más fácilmente manipulables (las sectas, verbigracia, empiezan por aislar al individuo de su entorno sociofamilar, tal y como conoce cualquier manipulador que se precie). La gran contradicción del mundo de las redes sociales, de Internet en general, del metaverso, es que, pareciendo que no arrojan en un espacio común y colectivo, no van compartimentando y acaban por ubicarnos en nuestra propia isla de información y preferencias, dentro de un piélago digital inmenso. Se decía, allá por los setenta, en el mundo de la izquierda más izquierdista aquello de que no leer dogmatizaba; nos referíamos, claro, por entonces, a leer lo que había que leer, pero la afirmación vale también para lo que aquí estamos tratando. Y no es otra cosa que el ascenso del totalitarismo, esta vez con resortes mucho más sutiles que el que conoció, y estudió, Arendt.
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