TOTALITARISMO.
Identificó Hanna Arendt a la
atomización social como uno de los principales males entre los que pudieran
explicar la eclosión del
totalitarismo. Se refería a la pérdida
de un mundo común, idiosincrasia de un
contexto de pluralismo, y al refugio en el ámbito privado. Según ella, “la
fuerza que posee la propaganda totalitaria (…) descansa en su capacidad de
aislar a las masas del mundo real”.
Si nos sumimos en el universo de lo íntimo, perdemos gran parte del
sentido común compartido por el conjunto social y somos más fácilmente
manipulables (las sectas, verbigracia, empiezan por aislar al individuo de su
entorno sociofamilar, tal y como conoce cualquier manipulador que se
precie). La gran contradicción del mundo
de las redes sociales, de Internet en general, del metaverso, es que,
pareciendo que no arrojan en un espacio común y colectivo, no van
compartimentando y acaban por ubicarnos en nuestra propia isla de información y
preferencias, dentro de un piélago digital inmenso. Se decía, allá por los setenta, en el mundo
de la izquierda más izquierdista aquello de que no leer dogmatizaba; nos
referíamos, claro, por entonces, a leer lo que había que leer, pero la
afirmación vale también para lo que aquí estamos tratando. Y no es otra cosa que el ascenso del
totalitarismo, esta vez con resortes mucho más sutiles que el que conoció, y
estudió, Arendt.
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