Los arbitristas, ligados a la Escuela de Salamanca, fueron
un grupo de pensadores y memorialistas españoles que, desde la segunda mitad
del siglo XVI, y durante gran parte del XVII, propusieron medidas y acciones
para mejorar la economía deteniendo el
proceso de decadencia. En un principio, el vocablo "arbitrismo" tuvo
connotaciones negativas o peyorativas, porque muchos autores proponían soluciones que
podrían ser calificadas de descabelladas o, en el mejor de los casos, de inviables. Al parecer, el primero en
poner el nombre de arbitrista por escrito fue Cervantes. En El coloquio
de los perros, uno de ellos propone obligar a todos los vasallos de
Su Majestad, de edad comprendida entre los 14 y los 60 años, a ayunar un día al mes , entregando el dinero
que habían de gastar en comer ese día, con lo que se recaudarían al mes unos
tres millones de reales. Es una visión
negativa del arbitrista, a quien se ridiculiza; también otros, como Quevedo,
insistieron en esa línea. Pero no todos los arbitristas eran así y se pueden
encontrar escritores profundos en sus análisis y propuestas. Y, más tarde, los
denominados "proyectistas", como Jovellanos, no fueron otra cosa que
arbitristas sistemáticos. Al fin y al cabo, la tendencia a la ingeniería social que se origina con la Ilustración se parece mucho, en su relación con la realidad, al método de los arbitristas.
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17 diciembre 2017
10 diciembre 2017
INGENIERÍA SOCIAL
La "ingeniería social" no es una pretensión nueva. Ha existido, como conato o como realidad más
o menos conseguida, tal vez desde nuestros orígenes. Las primeras utopías, ya en la Edad Moderna,
como la de Tomás Moro, verbigracia, tienen algo de canto a esa ingeniería por
extensión de deseo. En el siglo XVIII,
la Ilustración la convierte en objetivo razonable a través de las nociones de
Progreso y Educación; no fueron otra cosa las tentativas de reformas varias,
incluidas las llevadas a cabo desde el Absolutismo, que un deseo de cambiar la realidad a través
de las transformaciones sociales, en
relación con una mutación de hábitos y costumbres. Quizás de ahí emergió la idea del
"hombre nuevo" que está en la base de todos los totalitarismos que,
al fin y al cabo, nacen de la insatisfacción con la realidad perceptible, a la que se busca suplantar con otra distinta
y más al gusto de quien la concibe. Así
pues, de una fantasía, o más bien de un delirio, individual o colectivo, nace el
sufrimiento provocado por esos sueños, las Utopías, que, convertidos en
realidad, se tornan pesadillas, como bien supieron los sujetos pacientes de los
comunismos varios o del nazismo.
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