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09 julio 2006

BENEDICTO

El Papa nos visita. Con su atavío impecable y ancestral, con prosodia y entonación de cura de pueblo, con la expresión, con la sonrisa. Miles de personas le siguen. Es su fuerza, es el poder de esa Iglesia vetusta, e invicta, que no tiene cazas ni tanques, que radica en un territorio minúsculo, pero que consigue influir sobre la actitud y opinión de multitudes. Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho. La expresión sigue en uso. Lo sabe muy bien nuestro gobierno, que juega, con una mano, la baza de la laicidad del Estado y que, con la otra, no deja de acariciar el lomo de la fiera. Lo de no asistir a la misa es, por ello, pura representación de quien se apunta a todo, de quien toca la campana y acude a la procesión, de quien sirve para un roto y para un descosido. Mas no nos engañemos. El poder de la Iglesia continúa omnímodo. Y tiene su reflejo, estos días, por las calles de Valencia. Haz lo que quieras, Zapatero, que para algo son los votos, pero con Roma no llegues demasiado lejos. El anticlericalismo, siempre de salón. Tiempo al tiempo.

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