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22 enero 2011

IDEOGRAFÍAS

    Los grandes ideólogos ya no venden. Sus soflamas sistemáticas hieden a “lugar común” y nadie tiene interés en la lectura de espinosos mamotretos llenos de apotegmas precursores de algún tipo de totalitarismo. Pero no es que nos hayamos vuelto, de repente, más lúcidos. Simplemente ocurre que la ideología (aquel conjunto de ideas sobre la sociedad y el mundo, Weltanschauung para los pedantes) ha devenido en “ideografía”: a partir de un magma de imágenes inconexas, representamos el universo de lo conocido y lo desconocido sin nexos intermedios, porque no se trata ya de un lenguaje discursivo, ni siquiera articulado, sino de sensaciones que entran por la vista y afectan a las emociones. No digo yo que el “homo politicus” del siglo XX fuera menos emocional y más cerebral, sino que intentaba justificar sus desmanes como surgidos de algún tipo de idea sobre el pasado o el futuro.

  La ideografía crea nuevas religiones laicas, sin Dios reconocible, pero religiones al fin y al cabo. Verbigracia: el ambientalismo o ecolatría, que se nutre más de imágenes que de conceptos, más de supersticiones (eso sí, paracientíficas) que de hechos y procesos. Es así como nacen las religiones, a partir de una fe inquebrantable en cierta suerte de principio dogmático. Después, se van expandiendo poco a poco desde la periferia del poder hasta el poder mismo, que se va imbuyendo del discurso haciéndolo suyo, moldeándolo a su imagen y semejanza. Vean “Ágora”, el filme de Amenábar, y encontrarán un paradigma de todo ello en la Alejandría de la Antigüedad. Sí. Los grandes ideólogos han muerto: larga vida a los grandes ideógrafos.

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