“Acabé el
problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con
orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al
proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con
una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos
del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’. Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi
poder”
Che
Guevara.
Eso
escribía, sobre su primer asesinato, este psicópata devenido icono
revolucionario. Hay gentes que portan su imagen. Es una muestra de la hemiplejía moral de
nuestros tiempos, cada vez más presente en el discurso al uso. Siempre he creído que los asesinos no deben
generar fascinación; tampoco si van ungidos de discurso político. En el imaginario izquierdista, progre y
demás, de estos días, unos no son igual
que otros. Tampoco se siente la necesidad de justificar según qué cosas, ni
siquiera de ocultarlas. Todo lo que cabe
en el saco de la Izquierda, parece tolerable.
Recuerdo a André Glucksmann, aseverando aquello de que, mientras
estuviéramos de acuerdo acerca de dónde radica el Mal, caminaríamos por la senda
apropiada pero , y ya está ocurriendo, el inconveniente comparecería cuando
algunos juzgaran saber dónde se ubica el Bien.
He ahí la cuestión.
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