La
Camboya (Kampuchea) de Pol Pot fue un ciclópeo campo de concentración, cuyos
límites concordaban con los del país, y cuyo principal leitmotiv fue el
genocidio. En suma, una variante
agravada del comunismo. En este caso, la
creación del hombre nuevo, objetivo de todos los totalitarismos y de
cualquier colectivismo, se centró en aspectos como proscribir toda la cultura y
el conocimiento anteriores, corrompidos, a juicio de los promotores de aquel
delirio, por el pecado original del
capitalismo; de este modo, cargar gafas te hacía sospechoso de leer, o de haber
leído, y ser viejo te hacía sospechoso de poseer recuerdos anteriores a la
buena nueva; y por ello te mataban. No
miremos, pues, con indiferencia, y mucho menos con simpatía, sino con desazón y
recelo, a quienes lidian por cambiarnos el lenguaje o procuran
desterrar costumbres de manera drástica.
Da lo mismo que hablemos de lo que hablemos, porque es posible que ese
objetivo se relacione con motivaciones figuradamente loables (siempre la
propaganda y el proselitismo de lo nefando se ocultan tras buenas causas). Estemos atentos, como sociedad y como
individuos, o el campo de concentración (desconozco cómo serán los del futuro)
no aguarda.
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