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26 noviembre 2020

ABORRECER EL MUNDO.

 Escuché una vez, o leí en algún párrafo cuya ubicación no recuerdo, que el grado de conocimiento del mundo proviene del amor que se le profesa.  Es decir, conocemos, e indagamos, porque nos gusta el orbe o porque lo consentimos como es.  Están también los que lo odian, los que desean transformarlo o destruirlo; no sé si estos llegan a discernirlo de verdad, pues, como mucho, forjan generalización de lo que les concierne, pero nunca ahondan en el conocer.  En algunos casos, consideran su análisis, o sus propuestas, como una suma de enunciados nomotéticos, confundiendo el deseo con la realidad.  No es comprensión, ni nada parecido, lo que atesoran, pero,  juzgando que sí lo es,  los que así sienten y operan pueden hacer mucho daño.  El devenir histórico está lleno de ejemplos.  No voy a citar ninguno, lo dejo a criterio de quien quiera buscarlos.  Aborrecer  el mundo está  tal vez en la génesis de cualquier distopía; y ninguna de ellas pueden ser benéfica por mucho que pueda parecerlo.  Del odio no brotan precisamente el amor o la concordia.  Deberíamos saberlo

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