ABORRECER EL MUNDO.
Escuché una vez, o leí
en algún párrafo cuya ubicación no recuerdo, que el grado de conocimiento del
mundo proviene del amor que se le profesa.
Es decir, conocemos, e indagamos, porque nos gusta el orbe o porque lo
consentimos como es. Están también los
que lo odian, los que desean transformarlo o destruirlo; no sé si estos llegan
a discernirlo de verdad, pues, como mucho, forjan generalización de lo que les
concierne, pero nunca ahondan en el conocer.
En algunos casos, consideran su análisis, o sus propuestas, como una
suma de enunciados nomotéticos, confundiendo el deseo con la realidad. No es comprensión, ni nada parecido, lo que
atesoran, pero, juzgando que sí lo
es, los que así sienten y operan pueden
hacer mucho daño. El devenir histórico
está lleno de ejemplos. No voy a citar
ninguno, lo dejo a criterio de quien quiera buscarlos. Aborrecer
el mundo está tal vez en la
génesis de cualquier distopía; y ninguna de ellas pueden ser benéfica por mucho
que pueda parecerlo. Del odio no brotan
precisamente el amor o la concordia.
Deberíamos saberlo
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