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11 noviembre 2020

DERECHOS-

 

Nos resultan familiares  locuciones como “derechos inherentes e inalienables”, Estado de Derecho y otras que forman parte de nuestro imaginario democrático.  Todo comienza con el  final del denominado Antiguo Régimen, a partir de  las revoluciones  americana y  francesa.  Suponía ello la ruptura con el absolutismo, a través de principios como la división de poderes, la soberanía nacional, y con ella el sufragio y el parlamentarismo.  En relación con la nueva situación, se redactaron declaraciones de derechos: la de Virginia, habla de derechos inherentes a los seres humanos; la del hombre y el ciudadano (revolución francesa) se refiere a derechos imprescriptibles; la de los derechos humanos sentencia, en su último artículo que “nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración”. En resumen:  los derechos lo son por su carácter inalienable y dejan de serlo si se relativizan ¿Qué está, pues, ocurriendo para que, en los últimos tiempos, aceptemos la conculcación de nuestros derechos e incluso pidamos nosotros mismos que nos los conculquen? El sintagma es “Bien Común”, la vieja excusa de los liberticidas, como cajón de sastre donde todo termina por caber.  Ya sé que la emergencia sanitaria parece una excepción benigna, pero nunca nada lo es del todo; cuando lo permitimos una vez, acabamos por permitirlo otras muchas, pues razones siempre existen.  Y es así como se cruza, casi sin advertirlo, el umbral del totalitarismo.

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