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06 noviembre 2020

OBEDIENCIA.

 

Los funcionarios probos y eficientes han tenido, y tienen, un papel perentorio en el impulso y ejercicio de los modernos Estados.  El buen burócrata trata de organizar aquello que le viene dado con eficacia y prontitud.  Y cuanto más absurdas, o abstrusas, sean las órdenes, llegadas por vía jerárquica, más celo pondrá ese servidor público en insuflarlas con presteza; el mejor ejemplo, los Estados comunistas habidos y por haber, en los que nunca el funcionario debe plantearse otra cosa que mostrar su obediencia sin preguntarse sobre la posible irracionalidad de la consigna. Y más: en “Eichmann en Jerusalén”, Hanna Arendt refiere al procesado como uno de esos funcionarios, obediente y prolijo en su manera de organizar las cosas, para que todo se hiciera bien, aunque lo que se hacía era matar el mayor número de judíos en el menor tiempo posible.  Y, en estos tiempos, lo último es convertirnos a todos en funcionarios de nosotros mismos, en sumisos súbditos dispuestos a admitir lo que sea en aras de lo que, en cada momento, se considere “Bien Común”.  Miremos, si no, a nuestro alrededor, y escuchemos. Lo dicho: da miedo.

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