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28 julio 2020

TESTIMONIOS.

El relato, o el discurso, va adquiriendo categoría de prueba fehaciente.  Sabemos, por la dinámica pericial, de lo dudoso de cualquier testimonio, pero, cada vez más,  se van admitiendo, en el ámbito cotidiano, como evidencia de facto.  Hay historiadores que lo elevan (al testimonio individual) a descriptor de una época, siempre que la subjetividad del relator convenga a sus intereses ideológicos.  La emoción de lo subjetivo nos atrae y se convierte en un medio excelente para los ingenieros sociales de toda índole.  “Mejor equivocarse con Sartre que acertar con Aron”, decían los del sesenta y ocho.  En eso seguimos, o a eso tornamos

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