Se esgrime cada vez menos el sintagma “Estado de Derecho” como epítome
de nuestros sistemas jurídico-políticos, fundados en la libertad y el
pluralismo. A los populismos varios
(nada nuevo bajo el sol) no parece agradarles la expresión. Prefieren otras orientadas hacia la
democracia adjetivada, del tipo “democracia real” o “democracia
profunda”, remedos de aquellas otras del pasado, como “democracia
orgánica” o “democracias populares”.
La deriva se produce, a mi juicio, porque la mayor parte de la
Izquierda, incluida una considerable proporción de la socialdemocracia, ha
devenido populismo y no gusta de los contrapesos legales. Pero, ¡hay!, la Democracia no es otra cosa
que Ley, y no existe otra que la democracia liberal, nacida como el imperio de
lo legal frente al poder absoluto del soberano.
El resto es pura facundia totalitaria.
Si dejamos de tenerlo claro, emprenderemos un camino peligroso. Si es
que no lo hemos ya emprendido
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