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12 febrero 2006

PUDOR, IDEOLOGIA Y DEMAGOGIA

La ausencia de pudor se revela, cada vez más, como un rasgo primordial de estos tiempos. El recato es vergüenza y también humildad. Ni una ni otra parecen abundar en demasía; con frecuencia, expresamos nuestros entresijos ideográficos y sectarios cuando juzgamos hechos y realidades u opinamos sobre los mismos. Lo hacemos además sin modestia y sin la más mínima dosis de mesura intelectual.
Todos poseemos carencias, aunque unos más que otros. Admitirlas es la base de cualquier conducta juiciosa. Pero el sentido común, ya se sabe, no es el más común de los sentidos. Por esos presenciamos una diarrea de aserciones de toda índole, en la mayoría de los casos nacidas del desconocimiento, y aderezadas por la salsa de la ideología concebida como lugar común.
Ya se van muriendo los últimos de Filipinas, los de aquella generación que admitía sus huecos culturales y admiraba la sabiduría. Están siendo suplidos por generaciones pagadas de sí mismas, que repudian cuanto ignoran y hasta desconocen lo que pretenden valorar. La Ideología, aquel numen, deja su sitio a las ideografías como tormenta de verborreas nacidas no del logos sino de tópicos y sentimientos. Ello traslada al discurso político el nuevo lenguaje de la simpleza. Hablémosles en su idioma para que nos entiendan. Pero no es un idioma, sino una enfermedad del pensamiento. No hay pudor y por eso la demagogia está servida.

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