“Mientras se me permita elegir, sólo viviré en un
país en el que haya libertades políticas, tolerancia e igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley. La libertad política implica la libertad de expresar
las propias opiniones políticas verbalmente y por escrito; la tolerancia
implica el respeto por todas y cada una de las creencias individuales”.
Albert Einstein.
Se escribió, este pensamiento, en 1933. Se refería, en principio, a la Alemania de
entonces, recién llegado el nazismo al gobierno, pero podría reseñar cualquier
otro tiempo y lugar. Hasta no hace mucho podría servir, el parágrafo, como
texto aceptado por cualquier demócrata, entendido el adjetivo en sentido amplio
y transversal. No sé si hoy eso estaría tan
claro. El respeto por todas y cada una de la creencias individuales no se
practica: demonización de ciertas ideas, censura en las redes, polarización a
través de lo políticamente correcto… Y es que Einstein, antes de que el
concepto se acuñase, hablaba en términos
de “libertad negativa”, en el sentido que le dio, en una distinción ya
glosada aquí, Isaiah
Berlin. Sin embargo, parece tenderse, en
estos días, a la “libertad positiva”. Está última no va de eso que el
gran físico entendía como libertad, sino de otras cosas que no siempre
coinciden con el libre albedrío individual e incluso, muchas veces, lo
obstaculizan. Por eso el párrafo
transcrito arriba no es ya tan transversal como podría parecer a simple vista,
tal vez porque la transversalidad fenece, poco a poco, en estos tiempos.
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