Leí en algún sitio, sin que
tenga remembranza clara ni del autor ni del escrito concreto, que lo “cívico”
consiste en reducir a mínimos lo obligatorio, vedando, para ello, el acceso a
las magistraturas a quienes pretendan lo contrario. Bonita propuesta, que asumo
y hago mía, pero que choca con la evolución de las cosas del pensar de un
tiempo a esta parte. Vuelve la Religión, que no era mera cuestión de dioses o
rituales, sino que parece una necesidad de nosotros los humanos y se relaciona,
sobre todo, más que con la cuestión de
“religar”, con la ortodoxia y la herejía, y también con el miedo y la
imposición de hábitos y discursos. Si
así lo entendemos, la religión sigue ocupando lugar preferencial en este orbe
occidental; religión laica, pero religión al fin y al cabo: no nos asustan con la otra vida, pero sí con
esta de acá, pues, cada vez más, nos imponen costumbres y creencias, alimentos
e ideologías. Día a día, nos acercamos más
a aquella situación jurídica que se atribuía al comunismo, en el que lo que no
estaba prohibido, era obligatorio. Todo
ello, a través de los vericuetos de la nueva fe, variados pero con ejemplos
diáfanos como, por ejemplo, la ecolatría y la fascinación con la madre
Tierra. Acabaré por darle la razón a
Chesterton cuando afirmaba aquello (que nunca compartí por mi ateísmo) de que
cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa.
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