La “inteligencia artificial”, tan ventajosa y conveniente
en los asuntos que le conciernen, puede simular lo humano en ciertos aspectos,
pero aún está muy lejos en otros, que son los que definen lo más propio de
nuestra especie. Podemos dialogar,
verbigracia, con un dispositivo, que identifica incluso nuestras preguntas y
respuestas. Se trata de pláticas restringidas
a ciertos aspectos concretos y que entran en bucle si forzamos la
interacción. En relación con ello, tiene
uno la impresión de que hay cada vez más humanos que se asemejan a esos
mecanismos básicos de inteligencia artificial: identifican preguntas, responden
e, incluso, resuelven problemas más o menos complejos; pero dan la impresión de
que, más allá, no hay nada, de que se comportan
como cautivos de un rol preestablecido; no olvidemos que, el término, “Robot”,
debido al escritor Karel Capec, viene a significar algo así como “esclavo”. Así
pues, el “Golem” medieval, que es otro avatar de lo que aquí tratamos, no es de
piedra ni de metal, sino más bien, en muchos casos, de carne y hueso. En definitiva, que los esclavos antropomorfos
están ya en el hoy y se van colando entre la población, al tiempo que crecen en
número exponencial como las salamandras de Kapec, ya citado más arriba. También esto da miedo.
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