Me da aprensión la
obediencia. No me refiero al acatamiento
individual de normas y legislaciones, en cada contexto psicosocial dado, sino a
esa sumisión colectiva, o silencio de los corderos, que reaparece, de vez en
cuando, en su forma más cruenta. En
aquella Alemania, la ejecución de la “solución final” fue posible por la
subordinación jerárquica; lo refleja muy bien Arendt en su “Eichmann en
Jerusalén”. Tampoco es baladí el procedimiento del vecino como delator o
verdugo. Y otras múltiples opciones a
disposición de los déspotas de cualquier tiempo. Se aprecian en los relatos que se pueden
reconstruir, verbigracia, a partir de los procesos inquisitoriales, como base
de todas las represiones y acosos posteriores.
El mecanismo ha tenido muchas vidas, reencarnándose en chekas, juicios
sumarísimos y todas las barbaridades que,en nuestro orbe, han sido; casi siempre respaldadas por esa buena gente
que por omisión, pero también a veces por acción, se convierte en infierno para
el discordante. Que no vuelva a ocurrir,
aprovechando el anómalo contexto que nos ha tocado, es lo que uno espera. Pero claro que da miedo a la vista de quienes
nos lideran.
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