El diccionario define al hastío como aburrimiento, cansancio o repugnancia. Por tanto, se trata del vocablo perfecto para examinar lo que siento en las semanas anteriores a la ordalía electoral. Esto que llaman campaña y precampaña, si es que en algo se diferencia la una de la otra, genera en mí ansiedad y aburrimiento, ganas de huir de los medios generalistas que reproducen, hasta el infinito, la demagogia y la bobería pregonadas, día sí, día también, por nuestros políticos. Del aburrimiento se pasa al cansancio, al agotamiento. Y, después, llega la repugnancia. Constituye todo ello el hastío. Creo en la democracia como el menos malo de los sistemas (o el peor, si exceptuamos todos los demás, según Churchill) y quiero participar votando. Pero me lo ponen difícil. Alguna vez, zapeando o mientras conduzco, escucho a un político, a cualquiera de ellos, y deseo decirle aquella frase que, al parecer, Manuel Azaña endosó a un adversario parlamentario: Permítame que me sonroje por usted. Es lo más suave que se me ocurre. A pesar de todo, debiera ser la Política una de las nobles artes pues, al fin y al cabo, es la manera en que organizamos el Estado y la sociedad; nada más elevado, por consiguiente, que participar en ella. Sin embargo, los políticos asustan y engendran el hastío. Aunque, no obstante, ellos nos representan, no sólo por una cuestión legal relacionada con el sufragio, sino porque salen de entre nosotros, son de nuestra misma pasta y no los fabrican aparte del resto de los mortales. Son nuestro reflejo. ¡Oh, Cielos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario