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19 noviembre 2016

ABANDERADOS.

Abundan los abanderados en estos tiempos confusos y bajoimperiales.  Los hay de toda suerte y condición.  Tienen en común su frenesí militante en relación con las más variadas causas,  y nunca declinan el mostrarse.  Hay más banderas de las que imaginamos y el dogma se cuela por los intersticios de la ausencia de certezas.  Algunos no saben que lo son, pues los blasones que portan no siempre lo son en sentido estricto, aunque sí profundo.  La bandera, en muchos casos, puede ser una camiseta reivindicativa, o una pancarta, o un simple modo de estar que se define por la simplificación, por supersticiones inconscientes que se plasman en ese rugir emotivo que constituye el nuevo ideograma de las soluciones burdas.  Entre ellos, los hay que abanderan el nuevo panteísmo, ultramontano, de lo ecológico o lo animalista; otros, encabezan otras ideas, más bien emociones, e intentan transmitirlas urbe et orbe mediante el mecanismo bipolar de las redes sociales, que centuplican las sensaciones de vieja plaza del pueblo.  Y, entretanto, la lógica va perdiendo posiciones y retrocede sin pausa, como en aquel siglo IV de nuestra era, cuando el paganismo, epígono en crisis de la Razón y el antropocentrismo, se vio, poco a poco, revocado por la nueva religión romana.  Amenábar lo mostró de manera casi perfecta en "Ágora".

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