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27 enero 2006

SENTIMIENTO Y NACIÓN

Sentimiento. Según el diccionario, “impresión que producen las cosas o los hechos en el ánimo”; también puede referirse al propio “estado de ánimo” o, asimismo, a la “parte emotiva o afectiva de una persona”. Sea cual sea la acepción que queramos considerar, el sentimiento es subjetivo, individual, ajeno a las consideraciones objetivas o supraindividuales. Como antídoto del predominio del sentimiento y de la subjetividad, está la Razón, diosa apolínea. Frente a la percepción, el raciocinio.
Nación. Puede ser un sentimiento. O un contexto étnico-cultural. También está la nación política, compuesta por ciudadanos que comparten un espacio de soberanía, regida por un Estado y actuante en un territorio. Desde ese punto de vista, la nación española nace con la Constitución de 1812 sobre la base de un espacio de soberanía preexistente: Hispania romana, reinos cristianos peninsulares, Monarquía Hispánica, etc. Desde entonces, y sin menoscabo de las distintas maneras políticas en que se ha venido encarnando, existe nuestra nación, con su lengua común, sus instituciones y como espacio común de ciudadanía. Pero, una vez más, regresa la secular tendencia centrífuga, heredada del 98 y profundamente reaccionaria.
Quieren debilitar los lazos comunes sin que duela y utilizan la anestesia de los discursos y de los lugares comunes. Pero, frente a la quemazón del sentimiento, está el ejercicio de la razón. Hagamos uso de ella, no nos dejemos adormecer por el nirvana seráfico de la subjetividad, de nosotros y ellos. Nuestro deseo debe ser que nuestros hijos, y nuestros nietos, sean españoles e, incluso, europeos; admitamos el debilitamiento de nuestra soberanía sólo para diluirla, en su caso, en círculos concéntricos de radio mayor, nunca para romperla en taifas viejos de rancio sabor señorial, oligárquico y, en casos, casi de signo feudal.
¡Viva la Razón y abajo la superstición! Es lo único que se me ocurre en este triste contexto marcado por la más burda propaganda.

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