INDOLENCIA.
Resulta extraña la indolencia de la gran mayoría, sobre todo
de la porción culturizada ( o menos asnada) ante las tropelías del poder. Ya sé
que es posible que vivamos tiempos de oclocracia, esa declinación de la
democracia, según Aristóteles. Aun así me resisto a la impunidad de los
liberticidas, tal vez porque pienso,
ingenuo de mí, que estos días debieran ser mejores que otros precedentes, y que a esta
versión de los malos, la de hoy, les
sería arduo alcanzar sus objetivos. Pero no. Al final, ellos se imponen una y
otra vez, en ese repetición cíclica, o eterno retorno, de los mitos de siempre.
Lo del logos fue, estoy cada vez más convencido, una simple cuestión ornamental
en la que creyeron entonces, y después, durante los siglos que siguieron, y
hasta hoy, los ilusos postulantes de una realidad unívoca. Pero, claro, con
Einstein nació el espaciotiempo y no hemos acabado de interiorizarlo. Ese
déficit de asimilación, lo aprovechan ellos, los eternos opresores, para
colarnos una vez más, el avatar que ahora toca. Y ni nos enteramos.
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