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31 diciembre 2022

EL MURO.

 

Último día del año. Transcurre el tiempo y nos olvidamos de las cosas, pero, en estas fechas de evocación cronológica, uno siempre trae al recuerdo aquello que le surge, de manera espontánea, en su ocasional  reminiscencia. Y no siempre son, como es este caso, tramas agradables.  Tras la inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, con un interior formado por cables de acero para aumentar su resistencia.  Se organizó, asimismo,  la denominada  "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Semejante ingenio fronterizo fue ideado para que los habitantes del paraíso comunista, ignorantes de las delicias del mismo y obnubilados por el capitalismo demoniaco, no abandonaran el perímetro de aquel mundo totalitario.  Conviene recordarlo.  El muro no era para que no entrasen desde fuera, sino para que no saliesen desde dentro. A aquella barbarie la denominaban socialismo real los intelectuales orgánicos, y gran parte de los medios, del orbe capitalista, los mismos que insultaron y ridiculizaron a Solzhenitsyn por denunciar el Gulag.  Pues bien.  Parece que hoy el comunismo goza de no muy mala imagen en nuestras sociedades occidentales (salvo en aquellas que lo sufrieron) y sigue siendo considerado, bajo su nuevo avatar verde y ecológico, como alternativa al peligroso capitalismo.  A quienes así piensen, solo le digo que se informen, que lean, que reflexionen.  Es la única manera de no aceptar la propaganda (incluida la ya muy antigua,  originada en tiempos de la Komintern) como si fuera verdad dada.  Y pueden empezar por el muro.

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