SOBRE LOS POBRES,
Se sigue hablando de los pobres como si la pobreza
fuera una condición genética, innata, una característica intrínseca de quien la
padece, como el color del pelo, la estatura o forma de la cara. Igual valía eso para los tiempos
preindustriales y, en concreto, para aquello que, referido a la Europa de la
Edad Moderna, se conoce como Antiguo Régimen. Entonces, los pobres lo eran de
solemnidad; la fuente de riqueza era la tierra, en manos de los estamentos
privilegiados, y la movilidad social apenas existía.
Tenía, en ese contexto, sentido la idea de reparto de la riqueza, pues la de esa época, la tierra, era entidad estática, tangible,
y susceptible, por ello, de reparto.
Y ahí, en ese período de nuestro pasado, parecen seguir anclados quienes peroran, con cierto sesgo muy reconocible, sobre la pobreza, que ya no es hoy idiosincrasia asible y
objetiva, y defienden la idea de repartir algo tan inefable y etéreo como la
riqueza de hogaño. Porque siguen
diciéndolo, quienes lo dicen, y se quedan tan tranquilos en aras de una supuesta
superioridad moral, propia de wokes,
izquierdistas o solidarios eclesiales, que de todo abunda en esos pagos. Es la
idea de la economía como suma cero. En realidad, pobreza y desigualdad no son
lo mismo. Aconsejo que cada cual busque
los datos de la reducción de la pobreza desde el siglo XIX, o que intente
leer versiones contrapuestas sobre el asunto. Se trata de huir siempre de
verdades reveladas
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