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24 septiembre 2022

CONSERVACIONISMO

 

Rachel Carsón, bióloga marina estadounidense, publicó, en 1962, “Primavera silenciosa”, libro que contribuyó a elevar la preocupación medioambiental en la Norteamérica de principios de los sesenta.  Fue el origen de muchos de los aspectos del conservacionismo que llega a nuestros días, devenido en religión ecológica, en verdad revelada. Conceptos como sostenible o biodiversidad se enmarcan en la misma y son el resultado de un proceso cuyo disparo de salida fue la obra de Carson.  A todo ello se fue uniendo un creciente complejo de culpa en torno a la responsabilidad humana en el deterioro de la naturaleza, muy ligado todo ello a lo noción medieval de pecado. La ciencia geográfica nos ha enseñado que el medio ambiente es resultado de la interacción entre la sociedad humana y la naturaleza.  Pero nada de eso importa ya.  En la nueva religión de la ecolatría (por utilizar el término que acuñó, en su día, Fernando Savater) solo importa el neopanteísmo ambientalista (una suerte de franciscanismo laico).  Los datos, lo científicamente probado, son puro engorro si no convienen al discurso.  En algunos casos, se llega a sostener que el ser humano debe extinguirse, que debe desaparecer por el bien de lo natural (¿existe algo sin la conciencia que representamos?), tal vez con la excepción de los ideólogos del conservacionismo, los únicos con derecho a intervenir en la naturaleza, que es lo menos conservacionista que existe.

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