CONSERVACIONISMO
Rachel Carsón, bióloga marina estadounidense, publicó, en
1962, “Primavera silenciosa”, libro que contribuyó a elevar la
preocupación medioambiental en la Norteamérica de principios de los
sesenta. Fue el origen de muchos de los
aspectos del conservacionismo que llega a nuestros días, devenido en religión
ecológica, en verdad revelada. Conceptos como sostenible o biodiversidad
se enmarcan en la misma y son el resultado de un proceso cuyo disparo de
salida fue la obra de Carson. A todo
ello se fue uniendo un creciente complejo de culpa en torno a la
responsabilidad humana en el deterioro de la naturaleza, muy ligado todo ello a
lo noción medieval de pecado. La ciencia geográfica nos ha enseñado que el
medio ambiente es resultado de la interacción entre la sociedad humana y la
naturaleza. Pero nada de eso importa ya. En la nueva religión de la ecolatría (por
utilizar el término que acuñó, en su día, Fernando Savater) solo importa el
neopanteísmo ambientalista (una suerte de franciscanismo laico). Los datos, lo científicamente probado, son
puro engorro si no convienen al discurso.
En algunos casos, se llega a sostener que el ser humano debe
extinguirse, que debe desaparecer por el bien de lo natural (¿existe algo sin
la conciencia que representamos?), tal vez con la excepción de los ideólogos
del conservacionismo, los únicos con derecho a intervenir en la naturaleza, que
es lo menos conservacionista que existe.
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