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22 abril 2022

OCKHAM.

 

Siento cierta fascinación por Guillermo de Ockham, filósofo que desarrolló su pensamiento durante la primera mitad del siglo XIV. Fundador del “nominalismo”, algunas de sus proposiciones fueron consideradas heréticas; habiendo sido convocado por el Papa, huyó para ponerse bajo el amparo del Imperio, en una época en la que esa división entre poder temporal y espiritual, propia del ámbito cristiano, sirvió de protección, según la circunstancia de cada uno,  frente a uno a cualquiera de los dos poderes. Casi todo en Ockham es aprovechable, desde su idea de la infalibilidad papal, limitada por el derecho natural, hasta su teoría inductiva del conocimiento, basada en el empirismo y la lógica (los entes no deben ser multiplicados sin necesidad, la famosa navaja de Ockham). Pero es, sobre todo, la preminencia de lo individual lo que le hace moderno. Según él, “ningún universal es substancia, de cualquier manera que sea considerado".  Son universales, para entendernos, y entre otros, la raza, la clase o el género, por citar algunos de los que han sido, y son, excusa, a la manera de trampantojo ideológico, para anular al individuo.  Y es que solo la libertad, valga la redundancia, nos hace libres.  Por eso me sigue fascinando Guillermo de Ockham.

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