OCKHAM.
Siento cierta fascinación por Guillermo de Ockham, filósofo que desarrolló su
pensamiento durante la primera mitad del siglo XIV. Fundador del “nominalismo”,
algunas de sus proposiciones fueron consideradas heréticas; habiendo sido convocado por
el Papa, huyó para ponerse bajo el amparo del Imperio, en una época en la que
esa división entre poder temporal y espiritual, propia del ámbito cristiano,
sirvió de protección, según la circunstancia de cada uno, frente a uno a cualquiera de los dos poderes. Casi
todo en Ockham es aprovechable, desde su idea de la infalibilidad papal,
limitada por el derecho natural, hasta su teoría inductiva del conocimiento,
basada en el empirismo y la lógica (los entes no deben ser multiplicados sin
necesidad, la famosa navaja de Ockham). Pero es, sobre todo, la
preminencia de lo individual lo que le hace moderno. Según él, “ningún
universal es substancia, de cualquier manera que sea considerado". Son universales, para entendernos, y entre
otros, la raza, la clase o el género, por citar algunos de los que han sido, y
son, excusa, a la manera de trampantojo ideológico, para anular al
individuo. Y es que solo la libertad,
valga la redundancia, nos hace libres.
Por eso me sigue fascinando Guillermo de Ockham.
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