Con la edad provecta, y,
curiosamente, no antes, uno se va haciendo adepto a la rebeldía como una manera
aceptable de estar en el mundo. Pero entiendo que la única rebeldía posible es
la individual, que suele perseguir la libertad; hay rebeldías más colectivas,
pero persiguen, en general, otras cosas, no siempre recomendables. La rebeldía,
unida a la desobediencia bien encauzada, nos hace humanos, pues es, sin duda,
nuestra parte individual la que nos
convierte en lo que somos, esos seres diferentes del resto de la fauna. Hay
ahora quienes no creen en esa diferencia, o no la valoran; late bajo ello el
viejo demonio del colectivismo, que siempre reaparece cambiando su
apariencia. En su nombre, acostumbran a
desarrollarse distintos tipos de eso que podríamos denominar rebeldías
colectivas, que se suelen compendiar, casi siempre, en la aspiración a iniciar
un viaje cuyo punto final habrá de ser, no el sueño prometido, sino la
pesadilla de la opresión.
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