AGITPROP.
El agitprop
fomentado desde los gobiernos o, por ser más precisos, desde el
Poder, supone una praxis que ha marcado
siempre el inicio del totalitarismo. En nuestras santas democracias liberales,
basadas en el pluralismo, en la división de poderes y en el sufragio, los
gobiernos gobernaban y la oposición hacía lo suyo, criticando y vigilando
la acción del ejecutivo. Tal modo de proceder se va difuminando. Cada vez más, son los gobiernos los que se
oponen a la oposición, si es que existe la misma más allá de sectores
marginales, aunque amplios en número, o de los que lanzan campañas
reivindicativas en el campo de los derechos, de lo ambiental o de cualquier
otro aspecto de la realidad. El
procedimiento, además, se traslada a la
escala global, rebasados los gobiernos de los Estado-Nación; los que otrora
fueran denominados señores del mundo anegan la realidad con reivindicaciones
proyectadas, como el género o el cambio climático. Si desde el Poder se llama a luchar contra
algo, uno se hace interrogantes, pues
resulta extraño que, quienes de verdad dominan el orbe, contribuyan al despliegue de ese agitprop, que deviene agente
de la ingeniería social más
descarada. Si uno hubiese estado dormido
las últimas dos décadas, y se despertase ahora, la primera pregunta tal vez
sería: ¿qué me he perdido? En efecto,
porque, incluso habiendo estado en vigilia, no es fácil determinar el momento
en el que los dueños del sistema se hicieron antisistema, o en que los que así
eran denominados invadieron la sala de máquinas del sistema mismo. Igual no existió ese momento sino un
progresivo desvelamiento de que ellos y los otros eran, en el fondo, lo mismo.
Afirmó Revel aquello de que la mentira mueve al mundo y sólo ahora empiezo a
comprenderlo.
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