MIEDO.
El miedo a los
otros forma parte de nuestra índole. A
pesar de la idiosincrasia de seres sociales que nos define, y tal vez por ello
mismo, tememos a los prójimos que nos rodean.
Esa es la fuente de todos los rechazos (sociales, raciales, culturales,
religiosos o ideológicos) que se van sucediendo a lo largo de los siglos.
Protegernos del otro, o convertirlo en un peligro potencial, es muy
humano. En gran parte, el Estado nació,
en la versión de Hobbes, para ampararnos de nosotros mismos en aras del bien
común, que parece ser el bien no sé si de todos o de casi todos, que no me
queda claro. Pulsas la tecla de ese bien común, el que sea en cada momento (la
salvación del alma, el planeta, la salud, etc ), y la mayoría social se presta
a aceptar lo que sea preciso. De ahí la pervivencia, aunque ya nadie así lo denomine,
del “vivan las caenas”, citado
aquí hace nada. Solo hay que salir a la
calle, en estos tiempos pandémicos, para comprobarlo.
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