QUÍDAM
En el origen
del vocablo, quídam designaba a un hombre sin cabeza. A partir de ahí, en nuestro diccionario
actual, se refiere a una persona indeterminada e, incluso, como segunda
acepción, define a alguien despreciable a quien no vale la pena nombrar. Prefiero el primer significado, muy útil para
nombrar al ser humano abstracto, sin atributos concretos. En realidad, cualquier ciudadano o ciudadana
podría servir como arquetipo de lo humano, pero se tiende a huir del concepto
abstracto en beneficio de lo concreto, añadiendo atavíos de raza o género y
haciendo muy difícil el uso del quídam como superación de las circunstancias
concretas de cada uno; aquello de los derechos humanos, independientes del
sexo, raza, etc, se va difuminando en favor de esa nueva generación de derechos
(desconozco qué ordinal se les aplicaría) que niegan la naturaleza del derecho
mismo y se convierten en condición muy concreta, subdivisible hasta el
infinito, tanto que parecen conducir a una creciente segregación y a la
negación de la humanidad como abstracción que nos contiene y que está, o
estaba, en la base de nuestras conquistas colectivas.
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