“En una época de engaño
universal decir la verdad es un acto revolucionario”.
George Orwell
La frase tiene su intríngulis
actual. Pero, ¿quién resuelve expresar la verdad en tiempos de muerte civil del
discordante? La posverdad, aliada
a lo políticamente correcto, se impone, en una suerte de imitación de la
cultura del simulacro (Braudillard dixit). Ya no importa la realidad de cada
día, sino el dogma establecido y divulgado.
Se van quedando los discrepantes en la marginalidad de algunas redes sociales,
reducidas al frikismo o al universo de lo denigrado. Aquello de una mentira
repetida mil veces (Goebbels), nos resulta ahora pueril y desfasado;
sabemos que, en nuestros días, alcanzaría con repetir la trola un par de veces
a través de los conductos apropiados para que se convierta en posverdad ortodoxa,
sin necesidad de concilio previo a la manera eclesiástica. Y el mundo al revés se impone sin
remisión. Los malos parecen estar
ganando de calle, o tal vez siempre hayan salido victoriosos: los gnósticos
creyeron que el rey del mundo era el mismo diablo. Igual eso lo explica todo, aunque nos
resistamos los ateos.
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