Identitarismo. Ese peligro. En principio, no reconozco otra identidad que la individual, y con objeciones. Siguiendo a Robert Ardrey, etólogo británico ya casi olvidado, dicha identidad nos separaría de nuestra parte zoológica, a la que nos aproximaríamos si prevaleciera nuestra porción colectiva. Por eso los hostiles a la libertad, erre que erre, bogan siempre en favor de las identidades colectivas, sean la religión, la clase social, la cultura o el género, por citar las más manidas. Sería lógico que denigrásemos a quien nos propone una identidad, más o menos pura, que incluya algo que vaya más allá de nuestro nombre y filiación. Al menos, si no lo denostáramos, que huyéramos sin mirar atrás, pues podríamos estar ante un aprendiz de autócrata, sino ante uno ya consumado. Teocracia y teocentrismo; sustituyamos “teo” por lo que se nos ocurra (el mundo actual está lleno de posibles prefijos para ello) y obtendremos una posible amenaza para nuestra libertad. Así de simple. NO al identitarismo. Del signo que sea
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