“La
libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen
tanto”
George Bernard Shaw.
Es
breve el dictamen del dramaturgo británico, pero contiene mucha veracidad. Parece elemental, pero no tanto. Tal vez esa sea la clave de todos los “vivan
las caenas” habidos y por haber. Que
los hubo antes de Fernando VII, los hubo después y, eso es lo peor, los sigue
habiendo. Para comprobarlo basta con
aplicar el viejo mutatis mutandis: igual ya no gritamos lo de las
cadenas, pero asumimos y ejecutamos otros procedimientos, más adecuados al orbe
actual. Al final, muchos parecen no
apetecer la libertad, o temerla, en aras de la seguridad, entendida esta como
se entienda en cada caso (seguridad policial o seguridad económica, según la
raigambre y la ideología de cada cual), pero anhelando la cárcel de oro como
las ranas que pedían un rey. Puede ser
una explicación de la facilidad con que se extiende, en la actualidad, esa
mancha sospechosa que anuncia el totalitarismo, sin que parezcamos darnos
cuenta. O sí nos damos. Igual no
queremos libertad porque tampoco ansiamos la responsabilidad. El viejo Shaw
daba, pues, en el clavo.
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