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23 septiembre 2020

BANALIDAD.

 “El mal no es nunca radical, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie.”

 Hannah Arendt

Nombro aquí, una vez más, a Hanna Arendt. El párrafo de arriba asume lecturas varias, pero le incumben, sobre todo, el totalitarismo y  la banalidad del Mal.  Esta última es la puerta por la que se suele filtrar el primero, porque nunca, a priori, los generadores de  autocracia parecen  terroríficos.  La fascinación con el MAL, como entidad maravillosa, permite a los liberticidas ir obteniendo sus metas poco a poco; nos cocinan, como a la rana, en un agua fría que irán calentando de manera gradual, en un procedimiento, que unido a la trivialidad,  desactiva nuestras alarmas.  Banales eran los inquisidores y banales fueron los sátrapas y sus epígonos, así como quienes los consentían.  Y así hasta hoy. El mundo es banal y nosotros somos banales.  La propia Arendt sentenció que investigar el Mal (ella lo supo) no conduce a ningún sitio, pues no hay nada profundo debajo, a pesar del sufrimiento que pueda forjar.  Pienso, por ello, en estos días, en este presente y en nuestros líderes, fútiles hasta la extenuación, pero idóneos para fraguar daños irreparables.  No digo más

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