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26 agosto 2005

SOBRE LA SOLIDARIDAD

SOLIDARIDAD.

Este vocablo pentasílabo y polisémico es como el fantasma del comunismo en los tiempos decimonónicos. Recorre Europa, y el mundo entero, y se pronuncia millones de veces cada hora bajo prosodias distintas y distantes. La solidaridad es hoy la llave que abre las puertas de los corazones y la tarjeta de visita que nos identifica como miembros del club de lo políticamente correcto. Ya nadie quiere pasar, a los ojos de sus compañones y coetáneos, como vacío de ella y pronto los padres más papistas dirán, ante el hijo descarriado, aquello de antes muerto que insolidario, poniendo este adjetivo allí donde, en otros tiempos, ponían otro alusivo a las inclinaciones eróticas de sus retoños.
No vamos a engañarnos. Ser solidario, amén de otorgar una precisa estimación social, sale barato. Apadrinar un niño o contribuir al sostenimiento financiero de una ONG es más económico que tomarse un par de copas o que cenar el sábado en una parrilla de las afueras y contar al resto de comensales lo tranquila que nos ha quedado la conciencia. Y ello si nos referimos a ciudadanos normalitos en cuanto a poder monetario. No digamos nada si los solidarios son esos otros que viven en una urbanización de lujo, a salvo de negros, extranjeros y demás delincuentes. Todavía más barato.
La noción de solidaridad ha ido sustituyendo a la noción de buen católico: caridad para tranquilizar las conciencias y ritos eucarístico-comulgatorios en forma de maratones de ayuda, rastrillos y otros eventos. Durante los años cuarenta y cincuenta, en España, el calificativo de católico era casi sinónimo de buena persona. Hoy ocurre lo mismo con el de solidario.

Por otra parte, hasta no hace muchos años se distinguía entre la solidaridad propia de la izquierda y la caridad inherente a la derecha. También ese matiz va desapareciendo. ¿ Recuerdan aquellos dos fantasmas a los que cantaba Luis Eduardo Aute?. Representaban dos extremos esperpénticos de la realidad socio-política, enfrentados en el fondo y en la forma. Hoy ya no sería tan fácil distinguirlos como en la canción, pues, poco a poco y subrepticiamente, se igualan, al menos en su apariencia, bajo el disfraz de dama postulante.

FDO. JUAN ANTONIO FREIJE.OVIEDO

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