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26 agosto 2005

RELATIVISMO CULTURAL.

Hace ahora un siglo, la antropología victoriana estaba en trance de acuñar el concepto de evolucionismo cultural; se trataba de un esquema evolutivo de la humanidad que distinguía tres etapas en el desarrollo de la cultura: salvajismo, barbarie y civilización, correspondiéndose la última con la sociedad británica y europea de la época frente al atraso de otros continentes como el africano o el asiático. El evolucionismo cultural sirvió para justificar el colonialismo y, por ello, poco después, el concepto de relativismo cultural supuso una nueva perspectiva que daba el mismo valor a todas las culturas desterrando cualquier posible justificación de la superioridad de unos pueblos sobre otros. Y, aunque, según parece, el padre del relativismo, Levi-Strauss, apostató del mismo al final de su carrera, su construcción conceptual ha llegado hasta nuestros días a través de la noción de multiculturalismo.
A partir de lo anterior, se puede decir que el relativismo multiculturalista forma parte, junto al antiamericanismo guisado durante la guerra fría, del inconsciente colectivo de la izquierda europea, constituido como una suma de ideas y sentimientos que mezclan el complejo de culpabilidad histórico con otra serie de compulsiones ideológicas. Dichas compulsiones se reflejan en el rechazo visceral, y la posterior descalificación moral, de cualquier afirmación que huela a superioridad de la cultura occidental. Pero a los jóvenes izquierdistas y a los viejos progres cabe preguntarles si consideran que una sociedad democrática, plural, laica, interconfensional y en la que la libertad individual esté por encima de casi todo les parece, o no, preferible a una sociedad dictatorial, autocrática, cesaropapista y sin libertades; puede ser que les parezca mejor ( evitemos el término superior para que no sufra el inconsciente) o que todo les parezca relativo en cuyo caso no tendremos armas morales para luchar contra opresión alguna. Porque tal vez no sirvan tantos matices y puntualizaciones que se presentan como subterfugio para no tomar partido. Recordemos que, durante los años treinta, una parte importante de la izquierda relativizó el peligro hitleriano poniéndolo en igualdad de condiciones con la opresión capitalista; y, al final, hubo de ser el representante de esa opresión capitalista, EEUU, el que, junto al sacrificio de muchos europeos, terminó con una pesadilla nada relativa.
Tal vez por todo ello no sea el momento para el relativismo cultural, sino para la defensa de la civilización democrática y laica frente a la barbarie del fanatismo y la superstición. Llamémosle como queramos ( para no herir inconscientes o conscientes susceptibilidades), pero esa es la única realidad.

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