UNIVERSALES.
“Ningún universal es
substancia, cualquier manera que sea considerado, sino que cualquier universal
es una intención del alma que, según una opinión probable, no se distingue del
acto de entender”.
Guillermo de Ockham.
Retorno, una vez más,
a Ockham, cuyos argumentos parecen ajenos al paso del tiempo. Ya no es
sólo su famosa “navaja”, dictamen
que nos muestra como los entes no deben ser multiplicados sin necesidad
o, lo que es lo mismo, que, en igualdad de condiciones, la explicación más
sencilla es la verdadera, lo cual no sé si aplica siempre en estos tiempos
de relato y de emociones, en los que los hechos o datos concretos no parecen
importar para construir una explicación del orbe. La frase expuesta al principio se refiere a
los universales como elementos de las cosmovisiones metafísicas; la religión y
la teología se movieron durante siglos en esa órbita. La ciencia contemporánea,
la de la era de lo positivo, siguiendo a Comte, parecía haberlos expulsado,
pero sólo salieron por la puerta para entrar de nuevo por la ventana. Fue primero el concepto de raza, como nuevo
universal, el que estuvo presente durante unas décadas (la antropología física
y la tendencia a medir cráneos), hasta que la “solución final” desprestigio el
concepto, que regresó en forma de cultura mediante el trampantojo del
multiculturalismo. Paralelamente, había
ingresado en el club la clase, como verdadera explicación de la historia y del
mundo ( aquello de que “en la producción social de la vida” contraemos
relaciones de producción independientes de nuestra voluntad..). Últimamente se
va imponiendo la noción de género. Todos
estos universales, metafísicos y ajenos a la explicación más sencilla, han
tenido y tienen en común aniquilar las libertades del individuo, como iremos
viendo en próximas entradas. Desconfiemos siempre de aquellos clubes a lo que
debemos pertenecer obligatoriamente y que nos determinan independientemente de
nuestra voluntad.
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